La otra cara de la moneda

by - septiembre 29, 2011

Lola era un niña que respetaba, amaba y admiraba con locura desmedida a su padre, el Gral. Aureliano. Toda su niñez se asombró de la experiencias de este. El General era toda una personalidad  de alma muy noble y querido entre los suyos.

Lola era la favorita de su padre y su padre se desvivía por ella, era su primogénita, su mundo ... su todo. 

Algunas veces el General llego a decepcionarse de algunas actitudes de Lola por creerla demasiado libre,  supongo que olvido que el mismo le enseño a ser libre a romper todas ataduras y prejuicios y  a defender sus sueños hasta el final.

Con el paso de los años la relación entre el general y Lola fue mermando la comunicación se vio fragmentada, puesto que Lola se hacía cada día más inteligente, ahora los papeles se había invertido aquella pequeña habladora la cual se quedaba estupefacta con las narraciones del General era ahora quien lo enmudecía.

Un día Domingo por la mañana de esos que solían ir a misa. Un muchacho de baja clase y un tanto sucio se acerco al General para preguntarle si lavaba su automóvil, a lo que el General respondio que no apresuradamente. Lola creyó que era por la prisa que llevaban pero al salir de la misa su padre le dijó:

 -No le dí a confiar mi carro a ese muchacho por que tenía cara de vicioso-.

Lola se quedo un par de segundos divagando y por fin artículo:

-No sabía que el vicio tuviera rostro padre.-

El general se quedo perplejo, Lola no hizo más que tomar el brazo de su padre y empezar a caminar. El General suspiro y pensó que después de algunos corajes no podía haber más felicidad que caminar una soleada mañana al lado de su escurridiza hija.

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