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I
Los lunes son casi rutinarios, me
levanto a las 7:30 a.m., tomo una ducha fría todas las mañanas no importando si
hace frío o si este lloviendo la ducha es parte de la monotonía de los lunes
tanto como las tazas de café que suelo beber antes de salir al trabajo.
No sé cómo carajos termine
impartiendo clases, cuando nunca he sido de mucha paciencia, mis alumnos poseen
diversas aptitudes, pero he de confesar que como catedrático te puedes dar
cuenta en un aula solo 4 personas
realmente estarán satisfechas con lo que hacen en algunos años.
Doy clases en la misma
universidad donde años atrás conocí a un mujer hilarante de nombre Susana, que
en vez de andar danzaba por las calles, no era el tipo de chica que el resto
consideran atractiva, su cabello era algo desaliñado y por más que trataba de
alisarlo había dos mechones tan rebeldes como su espíritu, su sonrisa era
sarcástica y era una fantástica melómana.
Estaba tan segura de ser quien
era y solo generaba una inseguridad en mis palabras cada vez que nos deteníamos
a charlar, quizá me consideraba un tonto pero eso nunca lo sabré.
En el último semestre me acerque
a ella, la tome por un brazo y sin pensarlo la bese, no dije nada. Sus ojos
mostraban sorpresa y solo me lanzo una sonrisa descarada, ahora el sorprendido
era yo.
-Creí que nunca lo harías-
Se contuvo un momento y declaro
que solo me faltaba un poco de ímpetu.
Fueron meses alocados, pero los
más dichosos. Egresamos, teníamos trabajos fabulosos, hasta que todo lo que
creí llamar amor se desvaneció de golpe. Susana conoció a una versión de sí
misma pero masculina, comprendí que solo era incapaz de amar a alguien más y
solo pretendía moldearlos a su modo.
Desde aquel momento, me aparte y
no la busque (ella a mí tampoco) viaje por diversas partes de España durante 19
años hasta que me harte suficiente, y como todo mexicano abnegado que cree
extrañar a su país: volví.
II
El trayecto de vuelta a casa era
mi parte favorita del día, pese a que tengo dos autos nunca me ha gustado
manejar y tampoco disfruto de andar en taxi, en los autobuses me maravillo con
historias de todo tipo.
Me encontraba sumergido leyendo
“La Jornada” cuando cierto perfume me abofeteo la cara. Voltee en seguida para
identificar a la persona y me encontré con la silueta de una joven que no paraba
de reír con su grupo de amigas, cuando giro para bajar y pude observar su
rostro detenidamente me encontré con aquella Susana por la que 20 años atrás perdí la cabeza y esa
imagen dolía más que cualquier golpe
bajo.
Una chica del grupo entre el que ella
se encontraba le grito:
-Con cuidado Susana, nos vemos
mañana-
Mi mente susurraba: El destino es
un pequeño hijo de puta.
III
Llego el siguiente lunes, durante
el fin de semana no pude sacar de mi mente a aquella jovencita, me encontraba
tomando el autobús 10 minutos antes de lo habitual. Era la primera vez en toda
mi existencia que no había preparado la clase para mis alumnos aunque
parecieron no notarlo.
Llego el autobús, y mi ritmo
cardíaco se aceleró, aborde y lo primero que hice fue buscarla, resplandecía
como las primera flores en la primavera, tome asiento frente a ella para poder
escuchar de que hablaba, lo cierto es que no me importaban sus palabras esa
risa era un arrullo que hace tanto me brindo quietud.
Bajo del autobús en el mismo
lugar que la semana pasada, quise no parecer un loco pero apenas descendió y oprimí con ansias el
botón para bajar. Di la vuelta en la misma dirección que ella lo hizo pero no
la encontré enfadado por mi plan frustrado compre un cigarrillo en un puesto de
periódicos, camine dos cuadras hasta encontrarme con un parque y ahí permanecí
por un largo rato.
IV
El clima hacia que considerara
volver a casa y justo cuando creía que todo lo que hasta ahora había hecho no
tenía ningún sentido, logre ver del otro lado de la acera a mi Susana, no la hubiera reconocido si no fuese porque iba
del brazo con la jovencita que hace unos días atrás vendría a alterar mi
placentera monotonía.
Su cabello había sido teñido de
un rojo incandescente, traía puesto un vestido negro muy ceñido al cuerpo y
estaba un poco más flaca. La luz verde del semáforo duro lo mismo que una
eternidad. Cuando por fin los caminos decidieron cruzarse, algo te detuvo,
buscaste con prisa algo dentro de tu bolso y logre percibir un aturdimiento que
solo indica que uno no encuentra el móvil, yo seguí caminando, tú quedaste en
el mismo sitio, mientras tú hermosa hija se mostraba confundida.
Me situé a tu lado, y ni siquiera
te habías lo notaste, vociferaste:
-El divorcio ya fue firmado y al
carajo- después colgaste, y sacudiste fuertemente del brazo a la pequeña Susana
para llevarla en dirección contraria.
Yo, me quede observando como el semáforo
mudaba de colores y trataba de utilizar a mi favor lo que te escuche gritar,
pero a mí solo me correspondía una parte del mensaje.
Si, al carajo. Esta mujer es peor
que el veneno. Las cartas estaban sobre la mesa, en otro tiempo no me hubiera
importado pasar unos cinco años derrumbado con tal de unas horas confortables.
Tomar la decisión más sensata y cuando volví a ver es luz verde me dirigí a
casa, la cicatriz más profunda del pasado sano de inmediato.
Nunca más he cogido el autobús en
el mismo lugar.
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