Lo admito, me gusta vivir acariciando los extremos
me seduce lo incontrolable, las descargas de adrenalina
y sentir el corazón acelerado, no conocer el rumbo...
avanzar... para después tomar un giro repentino
o quizá volverlo un zigzag.
Hay cierto hechizo sobre la imperfección
y yo me pierdo,
me suelto,
me dejo llevar
por un sendero
que no se pueda calcular.